sábado, 23 de agosto de 2008

LOS PUENTES DE MURAKAMI


La literatura japonesa, reminiscente, aterrada por las imágenes caóticas de Kawabata y Oé, tiene el presente predispuesto en la figura de Haruki Murakami (Kyoto, 1949), quizá el más insigne continuador de una literatura crítica, profunda, existencial y extensivamente nihilista. Una de las obras más complejas de este autor es, sin duda, “Kafka en la orilla” (2002), un recorrido nauseabundo por la existencia humana. En esta novela caos y desgracia son lo mismo; porque, como dice Kafka Tamura: “a veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena, que cambia de dirección sin cesar”. Ambigüedad y desorden, la naturaleza del hombre se pervierte desde el instante mismo en que aparece la libertad como método propiciatorio para entender el mundo que está ahí fuera o adentro, y “pienso que soy libre. Pero aún no acabo de entender qué significa”.


La soledad y la conciencia del ser libre son los elementos que desatan los personajes centrales (tanto el adolescente Kafka como el mesiánico Satoru Nakata) y los acercan a una naturaleza infausta, terrible: las guerras, la deshumanización de la contemporaneidad, el desamor y el hedonismo. Toda la obra es alegoría, símbolo, esperanza y abstracción. Nadie entiende el orden del desorden; las cosas están y “el que está ahí soy yo, pero, al mismo tiempo, es como si no lo fuera”. A lo que Jonny Walken (personaje estereotipado y símbolo del consumismo actual) agrega: “Al igual que las flores que se esparcen en la tormenta, la vida humana es sólo un adiós”.

La historia (las historias, para ser más preciso) de este libro es mediáticamente hiperbóloca, irónica con respecto a la sociedad actual y la degeneración de la especie humana. Por un lado, el adolescente Kafka Tamura huye de la casa paterna e inicia un re-encuentro por el pasado que está a punto de absorberlo y de eliminarlo. Se hace amigo de una muchacha (Shikoku), a la cual presiente como la hermana que su madre se llevó al alejarse de su hogar. Luego, en una especie de ensueño edípico, se enamorará de Saeki, una mujer madura, que bien puede ser su madre (¿o es en verdad su madre?), con la cual mantendrá un idílico romance. Sin embargo, ella se suicidará, mientras él continúa huyendo; pues al parecer, ha asesinado a su padre; cosa ilógica si se tiene en cuenta que él se hallaba muy lejos de la víctima. La policía lo persigue, y Oshima (un ser híbrido quien trabaja como bibliotecario) lo ayuda a escapar. Pasa unos días en una cabaña, cerca de un bosque fantasmal. Al adentrarse en él, empezará a comprender su propio pasado; Saeky, la mujer que está a punto de suicidarse, se encuentra allí, rejuvenecida.

Pero Kafka debe elegir, entre sucumbir en aquel mundo etéreo o retornar a su realidad e iniciar un destino diferente. "Por más que huyas, no vas a ninguna parte"; estas palabras resuenan como un eco a lo largo de esta estapa. Por fin logra encontrar el camino de regreso; ha sido una especie de purificación, reconciliación ecuménica con lo que puede ser después del tiempo. Desde este momento es libre, a pesar de la soledad y la tristeza por la muerte de la mujer-madre amada: "Si tú me recuerdas, no me importará que el resto del mundo me olvide". Sin saberlo, ha cruzado el puente que lo retornará a su propia esencia. Cosa que también hará Nakata, un ser sensible, quien sufre de una extraña enfermedad mental desde hace más de cuarenta años. Una mañana, mientras los norteamericanos bombardeaban Nagasaki, él y otros compañeros de escuela, jugaban por el bosque acompañados por su profesora; de pronto, todos los niños empiezan a caer desmayados. La maestra los ve y corre en busca de ayuda. Cuando lo consigue y retorna al lugar del accidente, los niños ya han despertado sin entender lo ocurrido, menos Nakata. Él despertará muchos meses después, sin saber ni recordar nada.

"No es que no tuviera nombre, pero dejé de necesitarlo y lo olvidé". Con esta frase se resume el carácter y la personalidad de este ser difuso, extraño para los demás, pero que irá ganando notoriedad a partir de las diferentes habilidades que se descubre a lo largo de cada página. Una directa conexión con lo mísitico trasciende en todos sus actos. Al principio será solo el anciano que habla con los gatos y se encarga de buscarlos cuando uno de ellos se pierde. Hasta que se encuentra con Johnie Walken, el asesino de estos felinos, quien busca crear la flauta mágica con el alma de cada animal decapitado. Con él se iniciará una lucha a muerte. Walken obligará a Nakata a ser su asesino. Cosa rara en esta parte es comprobar que Johnie es Koichi Tamura, el padre de Kafka. Y que, mientras Nakata cumple el mandato de asesinarlo, Kafka cae desmayado en una calle de Komura; al despertar, se descubre manchado de sangre, como si hubiese matado a alguien.

Nakata, entonces, debe dejar la ciudad de Nakano y empezar un viaje en busca de 'la piedra de la entrada'. Lo logrará con la ayuda de Oshimo (un camionero que ve en él un ser sagrado, mítico). Hay que resaltar los sucesos extaordinarios que el anciano realiza como especie de milagros y que le dan ese carácter mesiánico y complejo. Al final, cuando ya ha cumplido su misión (misión que ni él mismo entiende de dónde viene), se tiende en su lecho y se queda dormido para siempre. Aquí cabe resaltar la idea de que todo ser está en el mundo para cumplir una labor impostergable, sólo es cuestión de descubrir cuál es y desarrollarla. Nakata acaba de cruzar un nuevo puente, el de la existencia, ahora es eterno.

Un libro completo, lúdico, real, resume la filosofía contemporánea en pocas palabras, el desarraigo y la mezquindad de una civilización desordenada. Pero aún queda esperanza, parece gritar Kafka: "Ni siquiera las cosas más triviales suceden por casualidad". El pasado no debe ser traba para que una nueva generación cambie el presente y desarrolle un mejor futuro. Obra monumental, no hay palabras ni hipérboles que valgan; lo importante es leerla y despertar.